¿Qué tan atractivo y divertido sería tener a nuestro lado a la pareja perfecta? Sí, aquel con quien soñamos de niñas y llamamos: “Príncipe Azul”
Imaginemos que tenemos como pareja a ese príncipe azul a nuestro lado con un cuerpo escultural y bien bronceado, bien presentable y sonriente a nosotras y al mundo entero. Sin mal aliento por las mañanas ni ojeras, con un trabajo perfecto y un salario mejor. Siempre disponible para lo que deseamos en el momento en que lo queremos. Jamás nos lleva la contraria y acepta las cosas tal cual las decimos. No tiene mejores amigas, por nada del mundo nos miente. Sólo tiene ojos para nosotras. No hay peleas. Pero lo mejor de todo: les parecemos atractivas aún cuando estamos en las peores fachas ¡y con unos kilos de más! Ya para esta altura, seguramente tenemos a nuestro Adonis masajeándonos los pies… ¿ Y luego?
Ninguna pareja es perfecta y si así fuera no creo que sería lo más sano. Bueno, hasta discutir es sano. Por más contrario que suene, en el momento en que pasamos por alguna una discusión hay un desahogo de por medio y por consecuencia un aprendizaje. ¿Cuál? Entender, comprender y aceptar qué es lo que queremos, cómo pensamos, qué nos duele, que nos molesta, qué nos agrada, qué podemos o no negociar de nosotros como personas y como pareja, entre muchas otras cosas. Pero la más importante es saber si realmente amas y aceptas a tu pareja y ella a ti.
Así es. La mayoría de las veces vemos las diferencias que tenemos con nuestra pareja como un conflicto, una carga o incluso un detonador. ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando damos una opinión acerca de una película? No damos crédito al por qué dijo que la película era malísima, cuando nosotras la colocamos en el top de nuestras películas favoritas. Pero eso sí, enseguida pensamos: “Yo si me tengo que chutar tus partidos de futbol y prepararte las chelas, ver tus aburridas series de televisión y oír tu música estridente”
¿Y qué es lo que hacemos con esta manera de pensar o reaccionar? Creer que somos incompatibles. Nuestras diferentes formas de pensar no nos hacen incompatibles, por el contrario, abrigan una puerta a la complementaridad.
Las diferencias que observamos en nuestra relación tienen un por qué. Tienen raíces y esto -la mayoría de las veces- es consecuencia de la forma en la fuimos educados, el medio en que crecimos, nos desarrollamos y muchas otras circunstancias. Es por ello que tenemos diferentes personalidades que traducimos en diferencias de pareja. No todos tuvimos las mismas oportunidades de ser perfectos (como diría César, un conocido).
¿Cómo convivir con esas diferencias?
Podemos aprender tanto de nuestra pareja, incluso las diferencias pueden solidificar lo que pensaste irreconciliable. Podemos aprender mutuamente a tolerar en lugar de enojarnos a la primera, negociar en lugar de gritar o no querer hablar, escuchar en lugar oír lo que queremos, observar en lugar de ver sólo lo que nos conviene, entender en lugar de dar el avión o dar por terminada una pelea y aceptar en lugar de callar no estando conformes.
Sólo así podremos superar los problemas que diariamente -por causas de las diferencias entre nosotros- nos impiden comportarnos como verdaderos seres humanos para solucionar discusiones innecesarias y resentimientos que envenenan nuestra relación y a nosotras mismas.